Pensar en cómo plasmar mi proceso de tantos años en un par de páginas me cuestiona. Llevo en la universidad javeriana 7 años estudiando mis dos carreras. ¡Si lo sé: es mucho tiempo! y aunque no me arrepiento, ni de un solo segundo. Las historias vividas son muchas, así que espero poderte trasmitir en estas pocas palabras lo mágico que ha sido mi devenir a través de este camino de aventuras en la carrera de Artes Escénicas.
icié mi formación universitaria estudiando Psicología. Era una niña callada, bastante tímida y con un miedo constante al rechazo de los demás. Supongo que esto venía desde mi crianza: mis padres se preocuparon mucho por darme una educación que me permitiera ser aceptada en la sociedad, me atrevería a decir incluso que fui domesticada para ello. Podía tener un pensamiento crítico hacia las cosas pero, por supuesto, no siempre exponerlo, pues “calladita me veía más bonita”. Mi hermana cumplía el rol de la oveja negra, así que yo debía asumir el rol de la blanca: juiciosa, callada y totalmente atada. cumpliendo con las expectativas de los demás, sobre todo si eran mayores y, bueno, soy la nieta menor así que cualquiera tenía un poder vertical sobre mí.
Un día me enteré de la existencia de la carrera de Artes Escénicas. Desde hacía mucho tiempo bailaba ritmos latinos, así que, me llamó la atención y dije “bueno no pierdo nada con intentarlo, lo peor que puede pasar es que no pase nada”, y decidí audicionar. La audición fue aterradora: llegar a que me pusieran unos papeles gigantes en mi cuerpo con un número, todas las cortinas estaban cerradas pues no podíamos ver las audiciones de los compañeros que pasaban antes de nosotros. Fueron muchas pruebas: actuación, danza, somática, escritura crítica sobre una puesta en escena y una entrevista. Y después de algunas pruebas salía una lista en dónde nos íbamos enterando si podíamos continuar o no. Debo decir que, todo esto le dio una mística interesante a la situación. Fue en ese instante, mientras buscaba con ansias mi nombre, que sentí el costo que había tenido ir a esa audición, pues ahora era un sueño del cual no me quería despegar. No sabía muy bien qué estaba buscando en este lugar, pero estaba segura que era un llamado que debía escuchar.
Fue allí donde inicio mi camino. Los primeros semestres de Ciclo Básico fueron un descubrimiento constante, me sentía como un niño recién nacido descubriendo todos los estímulos del mundo, las texturas, los olores, las temperaturas, las sensaciones internas como hambre, sueño o tristeza. Me fascinó descubrir que la historia que me habían contado sobre la vida perfecta que debía tener no eran más que fanfarroneos y estupideces. Encontré que podía explorar mi propia identidad, cualquiera que fuera, y esto era una confrontación constante entre lo que creía que era y las múltiples posibilidades que tenía para transformarme. Por supuesto, no es que ahora no las tenga, incluso creo que cada experiencia me ha abierto más y más posibilidades pero en su momento fue revolucionario para la niña que consideraba que debía ceñirse a un modelo, encontrar que había nuevas posibilidades y el error era una de ellas. Recuerdo el miedo que me producía la equivocación pues, está nunca había hecho parte válida en la ecuación “perfecta” de mi vida.
El trabajo en equipo fue otro estímulo nuevo, la conexión en este escenario involucra con mucha más profundidad el cuerpo del otro con todos sus mundos internos. Era como una danza entre almas, que involucraba sus búsquedas, sus historias, miedos, pasiones entre otras muchas cualidades y variables que entran en juego en la comunicación. Me di cuenta que esto creaba conexiones sinceras, puras y viscerales que incluso hoy en día, después de tantos años, siguen siendo un vínculo importante en mi vida. Supongo que por eso había tantas historias dramáticas en los pasillos de la facultad.
En general el ciclo básico para mí fue apertura, fueron preguntas y mucha curiosidad de encontrarse en el vínculo con otros. Y digo otros no solo por mis pares, los docentes también hicieron parte importante de esta historia. Recuerdo lo sorprendida que estaba al principio de mis clases cuando comparaba la metodología de estas asignaturas con la otra carrera, en escénicas existía una relación horizontal con los profesores, que si bien, era claro el conocimiento que tenían y nos iban a compartir, no partía del supuesto de que éramos tabulas rasas sin ningún conocimiento, por el contrario se creía que el estudiante tenía una voz igual de válida e importante y desde ahí podría proponer y aportar a la clase. Esto me regaló confianza, un poco de lo que necesitaba aquella niña insegura que no entendía muy bien la importancia del proceso y del aprendizaje en el camino de la creación. Además de una invitación a cuestionar y controvertir el concepto de educación y sus roles ahí involucrados.
El laboratorio de Labán Análisis, dirigido por Catherine Busk y Sara Regina Fonseca, fue mi primera materia del ciclo profesional. El enfrentarme al proceso práctico fue frustrante al principio, no entendía muy bien la búsqueda de la asignatura y sentía que literalmente mi cuerpo no sabía cómo responder, me costaba mucho la improvisación, y el juicio interno sobre si lo que hacía estaba bien o mal bloqueando constantemente mi accionar. Mi cualidad de movimiento era directa, contenida, firme y sostenida; ahora que lo pienso, eso daba cuenta de la persona que era en ese momento y salirme de ahí era enfrentarme a todas las barreras que tenía y que, de alguna manera, sentía que me protegían del rechazo ¡qué tontería la mía! Con la práctica y sus confrontaciones internas fui encontrando caminos nuevos, explorando otras cualidades que, además de ampliar mi registro de movimiento, ampliaron mi registro de pensamiento, permitiéndome imaginar otras posibilidades para posicionarme en el mundo y obligarme a romper algunas de mis limitaciones internas.
Los siguientes semestres cursé mis primeros ensambles: uno de Jazz “Roots” y otro de Tap “Ritmo 360”. Como desde el principio de la carrera y paralelamente a los primeros seis semestres, estudié en una academia externa de Ballet, Jazz y Tap; la coordinación, mecanización, repetición, escucha del grupo, entre otros aspectos técnicos requeridos para ser parte de un coro significaba un lugar cómodo y conocido. No era la más hábil debo decir, pero tenía claras las búsquedas técnicas que debía tener para mejorar mi limpieza. Era experta cumpliendo con las expectativas de otros, así tuviera que pasar por encima de mis necesidades. Fue ahí en donde empecé a reconocer la gran desconexión entre mi cuerpo y mis emociones y empezaron a surgir preguntas como: ¿Soy una artista?, ¿Qué tipo de artista quiero ser?, ¿Puedo aportar a la sociedad desde mi arte?, ¿Qué tengo para aportar?, ¿Cuál es mi identidad en la creación?, entre otras muchas que, más que respuestas fijas y concretas, iban generando reflexiones críticas móviles.
En las prácticas de psicología tuve la posibilidad de conocer otras realidades, de salir de mi burbuja de cristal y darme cuenta de la realidad de desigualdad, inequidad y violencia en el contexto Colombiano. Esta experiencia fue un quiebre para aquella niña que si bien no lo tuvo todo, estaba acostumbrada a una vida privilegiada, cómoda y llena de amor en su entorno. La puesta en escena de Danzas del siglo XIX y XX dirigida por Sara Regina me permitió conectar esta realidad actual del contexto con el papel del arte, su relevancia en la exposición de las injusticias, en la participación política, en la búsqueda de transformación de esas realidades e incluso desde un poder de bienestar y sanación social. Estudiar el pasado, me daba luces de cómo quería labrar mi futuro, por algo dicen que el que no conoce su historia está condenado a repetirla. Entendí que la historia depende de quien la escriba, que los hechos tienen múltiples interpretaciones, que los cambios se generan bajo una necesidad y para resonar en la sociedad debe hacerse en colectividad. Pero sobre, entendí que los artistas tenemos un papel político activo en la sociedad y nuestra responsabilidad es ser conscientes de esto, pues nuestras decisiones pueden afectar las creencias, posturas, percepciones y sensaciones de las personas. Para ello, tenía que salir de mi lugar de confort, retarme a vivir nuevas cosas y sobre todo observar la sociedad porque es con el otro con el que construyo mi realidad.
Posteriormente inscribí la asignatura de Técnica básica de Circo, buscando respuestas a través de la incomodidad, obligándome a enfrentarme a mis miedos. En mi interior sabía que iba a ser difícil, aunque debo decir que ¡nunca imaginé que tanto! pero creo que, con el tiempo, entendí que es exponiéndome, cuestionándome y confrontando cómo podría ver y conocer ciertos visos sinceros de mi ser.
Inicié el semestre frustrada, recuerdo mi desespero en la primera semana, después de haber intentado muchas veces dar un bote que aparentemente era muy fácil, pero yo era la única de la clase que simplemente no lo podía asimilar. Inquieta, le pregunté a un compañero ¿cómo realizaba su ejecución con tan poco esfuerzo? y él me contó las sensaciones que sentía, esto hizo que otros compañeros compartieran sus percepciones o correcciones. ¡Fue bellísimo!, pues sentí que mi búsqueda individual se había convertido en una tarea del colectivo y poco después pude realizar el ejercicio. Esto me mostró el rol tan importante que tienen mis pares, involucrar a ese otro en mi proceso incrementó totalmente mi zona de desarrollo próximo y experiencialmente entendí que el aprendizaje es una acción creadora y se construye a través del vínculo con el otro.
Estos primeros días solo eran una muestra de todas las emociones que iban a surgir en el proceso: miedo, a poner mal mi pie en el minitramp o caer mal después de un salto; tristeza, al sentir que intentaba una y otra vez y aun así no lo lograba; rabia y desespero, al intentar hacer una cascada en malabar pues no lograba hacer más de tres movimientos sin que se me cayeran las pelotas, podrás imaginar que me la pasaba pegada al piso recogiendo por todo el salón mis pelotas y de camino las de los demás. Pero también, sentía una felicidad pura de la niña que se sentía un poquito más libre cada vez que se permitía jugar y disfrutar del proceso. Cada una de estas emociones me estaba diciendo algo. El miedo a saltar mostraba mi dificultad a soltar el control, la tristeza mostraba mi miedo al “fracaso” o más bien a la desaprobación de los demás y la felicidad mostraba la necesidad de liberar a la Valentina intuitiva, divertida y con su propio instinto animal. Esto me ayudó a observarme, reconocerme, aceptarme y darle un lugar a lo que necesitaba para poder atravesar el camino de una forma más empática y compasiva conmigo misma.
Semestres después, casi finalizando mi carrera, inscribí el Laboratorio de Composición Coreográfica dirigido por el maestro Humberto Canessa. Fue una de las asignaturas que más me reto en términos emocionales, pues la propuesta de Humberto fue crear a partir de nuestros mundos internos, era un llamado a nuestra historia, a enfrentarnos a todo aquello que, probablemente, le habíamos huido pero que era momento de atravesar mediante el arte. Mi propuesta de creación, atravesó por muchos temas que me afectan emocionalmente en ese momento: el miedo a la muerte, la autoimagen, la visión de la religión en mi vida, crítica hacia los estereotipos sociales, entre muchos otros. Pero al final me di cuenta que, todos estos temas no eran más que mi temor a aceptar mi vulnerabilidad, por eso creé la puesta en escena “Frágil”. No era más que enfrentarme a mi misma, a lo que realmente soy, entendiendo que, si bien el salir de esa ignorancia iba a ser difícil, era peor seguir en ese lugar cómodo, estático, de ignorancia, extremista, que solo me tapaba los ojos a ver una realidad que, aunque injusta e imperfecta, llena de múltiples colores mi existencia. Gracias a este proceso, me di cuenta que las posibilidades no se abren desde afuera, se abren desde la escucha de mis pulsaciones internas.
Termino mi carrera de nuevo sorprendiéndome del juego de la vida, tuve la fortuna de ser monitora de principios de la danza II y ha sido fascinante poder acompañar a otros en su proceso de aprendizaje. Ver cuerpos tan distintos, cada uno con su historia, sus luchas y sus búsquedas, es transformador pues me recalca el papel crucial que tiene el vínculo, el bienestar y la somática para el proceso educativo.
Viendo en retrospectiva esta historia, puedo entender que lo que estaba buscando aquella niña al inscribirse impulsivamente a esta carrera era libertad, encontrar su voz interior que por tantos años estuvo silenciada gracias a la lista interminable de los «deber ser». Y menos mal se arriesgó, porque lo que pensaba que sería una pequeña puerta, con el tiempo se convirtió en una infinidad de puertas que ella misma podía crear. En eso consistió este camino, fue un proceso para abrir posibilidades en donde deje de ser una bailarina ejecutante y me convertí en una creadora.

Ahora la niña que entró se va feliz porque entendió que su voz vale, que puede jugar y divertirse, que puede empezar las veces que quiera, que puede caerse y levantarse cuantas veces lo necesite, que la vulnerabilidad es la conexión con lo más profundo del alma y es lo que nos hace humanos, que el silencio y la quietud también son movimiento, que la perfección es una idea falsa de este mundo caótico, que la inseguridad y el riesgo es un regalo que impulsa el movimiento, que el aprendizaje se construye con el otro y es un proceso creativo, que la transformación social se crea en colectividad, que sí se puede, todo se puede y hay que estar dispuesto a asumir el riesgo, pero sobre todo, que el amor es lo que debe impulsar cada paso del camino, porque es ahí en donde nace la creación.
¿Cómo serán los siguientes capítulos?, realmente no lo sé, y siendo honesta tampoco quiero pensarlo, espero sorprenderme. Solo tengo claro que, será un camino en donde la que decide, escribe y traza la historia soy yo, reconociendo y dándole un lugar a mi pasado, a mis raíces, pero entendiendo que esto más que atarme y encadenarme, es la base desde donde me voy a impulsar para empezar a volar, porque la directora de la historia ahora soy yo.